POR JUAN JOSÉ TAMAYO – EL PAÍS - 02/11/2010 – MADRID Cuenta el teólogo José María Díez-Alegría en su libro Teología en broma y en serio, ilustrado con las inconfundibles viñetas de Peridis (Desclée de Brouwer, Bilbao, 1975), que Pío XII ordenó hacer excavaciones arqueológicas debajo del altar mayor de la basílica de San Pedro en el Vaticano para comprobar si se encontraba allí el sepulcro del apóstol Pedro. Lo que descubrieron los arqueólogos fueron cinco altares colocados uno debajo de otro y más abajo el sepulcro de Pedro en un huequecito excavado en el suelo y cubierto con unas tejas. Era, dice, "un sepulcro de esclavo, sin monumento alguno, situado en la parte de la necrópolis destinada a los extranjeros. Casi la fosa común". Pero estaba vacío y no había rastro alguno de Pedro. ¿Qué había sucedido? Con su agudo sentido del humor, Díez-Alegría avanzaba la hipótesis siguiente: cuando le pusieron cinco altares uno encima de otro y una inmensa cúpula, Pedro se sintió incómodo y se marchó.
¿Hipótesis descabellada la de Díez-Alegría? Quizá no tanto. Algo parecido había intuido ya Rafael Alberti en el poema Basílica de San Pedro, recogido en su libro Roma, peligro de caminantes, referido a una estatua de bronce, situada a la derecha de la nave central del Vaticano, que representa a Pedro con un pie ligeramente adelantado, cuyo metal está muy desgastado de tanto besarle los pies los visitantes de la basílica. He aquí el poema: "Di, Jesucristo, ¿por qué / me besan tanto los pies? / Soy San Pedro aquí sentado, / en bronce inmovilizado, / no puedo mirar de lado / ni pegar un puntapié, / pues tengo los pies gastados, / como ves. / Haz un milagro, Señor. / Déjame bajar al río, / volver a ser pescador, que es lo mío". LEER MÁS